Donde el tiempo se detiene
Uno de
los retos más grandes que he tenido durante mi estancia en Granada es aprender a
relajarme, cómo aprovechar el tiempo sin hacer nada en concreto y vivir la vida
sin prisas. En los Estados Unidos, muchas veces me sentía culpable si estaba
más de media hora sin hacer nada. Sentía que es necesario siempre hacer,
siempre correr y nunca simplemente estar. Las primeras semanas en Granada fueron
un choque cultural duro: sencillamente no sabía en qué emplear todo el tiempo
que tenía. Liberada del ritmo estresante de mi vida cotidiana en los Estados Unidos,
era el momento de deleitarse con todo ese tiempo que me estaban regalando y, sin
embargo, sentía una presión, una necesidad de buscar algo que hacer. Pero en
Granada la vida va a una velocidad diferente y el tiempo no se cuenta, se disfruta.
Fue durante esos días, en uno de esos largos
paseos a los que la ciudad te invita, que me topé con el mirador de San Nicolás
por primera vez. Había oído que era un sitio increíble que tenía que visitar. Fui
con la mentalidad de una turista, con la idea que tenía que ir para tacharlo de
mi lista de atracciones culturales, sitios que “hay que ver” en Granada. Sin
embargo, cuando llegué y me asomé al mirador y vi la Alhambra rodeada por la
Sierra en todo su esplendor, me quedé sin aliento. Mi corazón se llenó de fascinación
y, por la primera vez en mucho tiempo,
me sentí relajada. No estaba haciendo un trabajo importante o estudiando o
practicando el español. No, sencillamente estaba delante de la maravilla de la
naturaleza, sola pero no aislada en mis pensamientos. Fue un momento muy
especial y aunque todavía no he vencido
mi atadura a la velocidad de mi vida en los Estados Unidos, las veces que voy
al mirador, siento una calma…, una especie de permiso para simplemente estar, y
gozar.
By Sofía Muñoz